Lic. Edwin Croes Hernández,
Este monumento en Moca,
rodeado de basura y propaganda pintada a brocha gorda es lo que ha sobrevivido
del “moderno ferrocarril” inaugurado por Lilís en 1897.
Es inevitable que el Metro de
Santo Domingo evoque el espectro de Ulises Heureaux (Lilís) en la mente del
historiador. Con Lilís vino otra oleada de globalización y la modernidad de su
época, encarnada en el telégrafo, la electricidad y el ferrocarril. Pero fue
una típica modernidad a la “criolla”, es decir, mal pensada, truncada,
politizada, espuria, corrupta, insostenible y, por tanto, efímera.
Hemos tenido muchas de esas
“modernidades” de ideas, maquinas y tecnologías que fueron tragadas por nuestro
pantano institucional, por el “nosotros somos especiales”, por el “aquí esta
dios”, por el “hacerlo a como de lugar” y, finalmente, por la espesa vegetación
tropical que se traga todas las pesadillas. Detrás queda siempre la deuda
financiera que agobia y lastra hacia este atraso endémico que nos acogota y
expulsa la dominicanidad a una desesperada diáspora de miseria, criminalidad,
prostitución y dolor.
En 1886, Lilís asciende al poder,
después de utilizar hasta a su mejor amigo y protector que era Luperón, y a través
de un “fraude electoral colosal” que condujo a lo que el refranero popular
llamó una “revolución que no pudo ganar con plomo, pero la ganó con plata” que
le prestaron los comerciantes puertoplatenses para sobornar a los generales de
su propio partido. Son los años formativos del dictador, no pasaría mucho
tiempo antes de que perfeccionara estas artes y las convirtiera en rutina de
sus 20 años de presidencia.
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